¿Recuerdan cuando el juez Emilio Calatayud nos alertaba sobre algunas de las claves para que "un menor se convierta en delincuente"? Sin duda, ponía el dedo en la llaga: analizaba los comportamientos de una sociedad inmersa en el hedonismo, centrada en el más puro estilo de vida de la "cigarra" (de la fábula "la cigarra y la hormiga"). Pero, inexorablemente, los tiempos cambian.
El momento de actuar cual "cigarra" ha llegado a su fin. Y ahora, con sus lamentaciones, algunos quieren volver a lo mismo que nos ha traído hasta aquí, aduciendo que la culpa es de otro: del banquero, del político de turno, del empresario, del sistema..., cualquier argumento es válido siempre y cuando no sea "Yo" la persona que analizo mi comportamiento y que estraigo las consecuencias de mis actos.
Y es que, cuando nos movilizamos como grupo en masa (lo razona Maslow en su piramide), nos queda un recorrido personal importante para alcanzar la meta de autorrealización, que conlleva ser consciente en: la resolución de problemas, la aceptación de hechos, la falta de prejuicios, la espontaneidad, la creatividad, la moralidad.
El juez Calatayud no iba desencaminado. Seguimos en engrosando esa masa informe volcada en la crítica social cuando es realmente causa propia.
No hemos llegado por casualidad a la lamentable situación en la que nos hallamos, sin embargo, curiosamente la indignación de la población sigue, tras más de treinta años de libertad de pensamiento, continúa "capturada" por comportamientos de afiliación y seguridad, alejados en demasía de la libertad de conciencia que se alcanza con la autorrealización.
Quizá lo que llamamos democracia sea una tapadera de aquellos deseosos en mantener a la masa controlada en corpúsculos de afiliación, a lo que sea.
El camino de la libertad es personal e intransferible, comienza en uno mismo.
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