Lazos de Alma

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jueves, 7 de noviembre de 2013

LA AUTOCONCIENCIA

Cuando eres consciente de lo que te rodea, te puedes sentir más solo que la una. Pero esa es una característica del ser único e irrepetible que somos.


Hoy me he sentido atraída por un eminente científico Sir Jhon Eccles, Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1963.
Los motivos de su atractivo los dejo a la consideración de quienes se interesen en su legado del que me he limitado a extraer tres citas:
Del alma podemos conocer muchas cosas: los sentimientos, las emociones, su percepción de la belleza, la creatividad, el amor, la amistad, la libertad, los valores morales, los pensamientos, las intenciones... Es decir, todo "nuestro mundo"; en otras palabras: lo más específicamente humano. Porque todo esto que acabo de mencionar se relaciona con la voluntad. Y es en la experiencia de la voluntad donde se estrella el materialismo y cae por su base. El materialismo no puede explicar el hecho de que yo quiera hacer algo y lo haga.
La filosofía contemporánea descuida los problemas referentes al carácter único que cada «yo» experimenta. Esto se debe posiblemente al influjo del materialismo, que es ciego para los problemas fundamentales que surgen en la experiencia espiritual. El suceso más extraordinario en el mundo de nuestra experiencia es que cada uno de nosotros aparece como un ser único autoconsciente. Es un milagro que está siempre más allá de la ciencia.
Una respuesta frecuente y superficialmente plausible a este enigma es la aserción de que el factor determinante es la unicidad de las experiencias acumuladas por un «yo» durante su vida. Se acepta fácilmente que nuestro comportamiento y memoria, y de hecho todo el contenido de nuestra vida consciente interior, dependen de las experiencias acumuladas en nuestras vidas; pero por muy extremo que pueda ser el cambio producido por exigencia de las circunstancias en algún punto particular de decisión, uno sería todavía el mismo «yo», capaz de rastrear hacia atrás en la propia continuidad de la memoria hasta los recuerdos más tempranos, hacia la edad de aproximadamente un año, el mismo «yo» con otra apariencia. No puede haber eliminación de un «yo» y creación de un nuevo «yo»Fuente

Ha sido este último argumento, No puede haber..., el que me ha motivado a compartir sus ideas, después de ver ayer la película sobre Tomás Moro, Un hombre para la eternidad.
Me llama la atención la imagen tan expresiva del filme, cuando el protagonista le explica con sus manos a su hija la imposibilidad de construir un 'yo' distinto.
Comentando si es o no posible mantener el 'yo' concluíamos en el Taller de cine y pensamiento del profesor Alcolea que dentro de un grupo, sea el que fuere, suele darse la soledad y el aislamiento en cuanto no acates (o finjas) seguir las directrices de quien ordene y mande en ese momento.

¿Resulta falaz el argumento de los pactos? Inquietante. ¿No?


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