Jugar con los pequeños a juegos de
mesa es una forma de transmitirles valores para una convivencia armónica, y
también podemos observar jugando cómo se desenvuelven ante las reglas del juego.
El juego estrella del verano con mis
nietos ha sido el juego de cartas ‘Uno’. Se manejan ahí colores y números, y
con las cartas comodín correspondientes se introducen estrategias de cambio de
sentido, de color, de obligar al siguiente jugador a robar cartas o de prohibirle
la siguiente jugada. El juego no tiene edad. Desde los más pequeños, cuando
conocen ya los colores y los números, hasta los abuelos ríen y aprenden con
este juego.
Pero hoy quiero hablar de otro juego al que juego habitualmente (y ahora con mis nietos)
‘las Damas chinas’. Se puede considerar como uno de esos juegos de filosofía, pues, sus reglas te permiten reflexionar
sobre cuestiones cotidianas de la vida misma.
Comenzando por la ‘paciencia’, en este juego sólo puedes avanzar, nuca retroceder.
Pasas luego a saber que has de avanzar de casillero en casillero, nunca avanzas dos casilleros de una vez.
Desde niña, los juegos de mesa han acompañado mi infancia y juventud como también, ya de adulta, sigo manteniendo esa tradición de conocer el comportamiento de mis alumnos adolescentes jugando; por supuesto, con la familia la tradición sigue su curso.También aprendes que puedes saltar a tu contrincante siguiendo las reglas, nunca le comes ni aniquilas, simplemente visualizas las casillas que te permiten avanzar hacia la meta: colocar tus fichas donde estaban las de tu contrincante y en la misma posición; por supuesto, gana quien antes lo consiga.
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