La
contextualización del ser, vive su punto álgido en las sociedades opulentas.
Se pasa por alto, olvidamos pronto demasiado rápido aquello que no referenciamos lo que no viene etiquetado con su precio.
Dejamos de lado, ni tan siquiera vemos, obviamos los momentos únicos y singulares que no vienen etiquetadas porque no tienen precio.
La amistad
es un buen ejemplo; reconocerla y vivirla es reflejo de coherencia, de
pensamiento y vida.
Como
ejemplo reciente en los medios (12 de enero de 2007), está la
iniciativa de The Washington Post que deja
en abierto a JOSHUA BELL tocando en el metro de Washington con su valioso instrumento: un Stradivarius de 1713,
estimado en más de 3 millones de dólares.
Se pretendía con ello lanzar un debate sobre si la gente está preparada para valorar la belleza.
La
conclusión es que estamos acostumbrados a dar valor a las cosas cuando están en
un contexto.
Bell, en el metro, era una obra de arte sin moldura; un artefacto
de lujo sin etiqueta del diseñador.
Lo que
tiene valor real para nosotros es lo que el mercado dice que podemos tener.
Ahora bien, ¿lo real es lo verdadero?
¿Hasta qué punto somos conscientes del poder que nos brinda un mundo conectado en la Red?
¿Qué valor damos a compartir las ideas sin que medie contraprestación alguna?
El Quijote: su figura inmortal
es ejemplo del valor que concedemos al
ingenio, que no tiene precio porque es libre y no conoce marcas.
Dejo para lo último lo primero: ¿sabemos alimentar la amistad?
La palabra es el alimento emocional, un potencial 'regalado' a los seres humanos, que los enmarca y diferencia; quizá por que es un regalo infravaloramos la capacidad del lenguaje.
Ése es uno de los objetivos del Taller de convivencia que tengo abierto en la Red. Afilemos las palabras para convivir y no para atacar.
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