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viernes, 14 de enero de 2011

RESILIENCIA

Son conocidos los estudios que muestran el enorme efecto del grupo sobre los comportamientos de riesgo. El grupo, para el adolescente, lleva implícito un mandato ¡sé como nosotros! Eso incita y facilita las conductas de riesgo. Y es significativo el peso de los modelos que ofrecen los medios de comunicación social, especialmente la TV.

Los estímulos sociales han cambiado notablemente en los últimos años. Estamos inmersos en una sociedad caracterizada por la vertiginosidad de los cambios y por el paso de una modalidad de expectativas tradicionales a un mundo laboral regido por la competencia y la incertidumbre. De esta manera, la rapidez de los cambios nos obliga a un estado de permanente tensión, de alerta para poder adaptarnos y lograr que los cambios no nos superen.

Las adicciones, la violencia y las formas clínicas del malestar actuales, como la depresión (con un incremento significativo del suicidios) las crisis de ansiedad y angustia, los trastornos de la alimentación, el embarazo no deseado,… constituyen unos indicadores patológicos del contexto social en que nos movemos. Lograr un sistema asistencial adecuado para abordar estos aspectos se hace un objetivo cada vez más utópico por la gravedad que implica cada uno estos trastornos.

Pueda ser casualidad, pero lo cierto es que se observa un creciente interés en los últimos años por el estudio de la capacidad de reacción que pueden desarrollar ciertas personas cuando están expuestas a situaciones difíciles, incluso a agresiones físicas y/o psíquicas. Estas personas, en muchas ocasiones, logran sobrepasar niveles de resistencia y terminan con más energía protectora que antes de la exposición a las situaciones adversas.

Esta capacidad de recuperación se ha denominado RESILIENCIA, que es un concepto opuesto al de riesgo, o complementario de aquel. Así, en lugar de poner énfasis en los factores negativos que permiten predecir quién va a sufrir un daño, se trata de ver aquellos factores positivos que, a veces sorprendentemente y contra lo esperado, protegen a la persona.

Este interés en descubrir los factores resilientes va unido a la jerarquización de las acciones de promoción de la salud y a la búsqueda de intervenciones o actividades que, en lugar de prevenir daños específicos, tiendan a mejorar las condiciones de vida.

Se puede pensar que este objetivo sea difícil de lograr, teniendo en cuenta la poca importancia que aún se le da al campo de la prevención y promoción de la salud emocional; pero no es imposible. Por lo pronto, se podrían encarar acciones preventivas y de promoción centradas en los factores que generan resiliencia ya identificados, como por ejemplo:

• La existencia de redes informales de apoyo; como exponente básico: una relación de aceptación incondicional del niño o el adolescente en cuanto persona, por al menos un adulto significativo. Esta aceptación es, con toda probabilidad, la base de la competencia emocional.

• Aptitudes sociales encaminadas a la resolución de problemas, y el convencimiento de tener algún tipo de control sobre la propia vida.

• Autoestima y concepción positiva de uno mismo.

• Sentido del humor, o a capacidad de crear un clima en el que éste pueda desarrollarse.

Los factores protectores facilitan el logro y mantenimiento de la salud. Pueden encontrarse en las personas mismas, en las características interactivas del microambiente (familiar, escolar, etc.) y/o en las instituciones de la comunidad (educación, trabajo, iglesia, asociaciones, etc.).

Se trata de que comencemos a valorarlas y a difundirlas.

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