En su
artículo ‘La prueba más dura’ Juan Manuel de Prada pone el dedo en la llaga de
lo que tantas personas, trabajadores en empresas dirigidas por gente de comunión
diaria y confesión continua, venimos denunciando por padecer en primera persona
lo que de Prada razona en su artículo.
El fariseo suele ser persona soberbia y de corazón endurecido que se cree invulnerable a las asechanzas del pecado que afligen al resto de los mortales; y desde esta atalaya de engreimiento construye una religiosidad de pura fachada, una especie de fe desecada, esclerotizada, que acaba convirtiéndose en impostura.
En su exposición, recoge la denuncia al respecto del fariséismo que Leonardo
Castellani estableció en su
grandiosa obra Los papeles de Benjamín
Benavides. Se trata de una gradación de este mal corruptor sumamente ilustrativa, y en la que distingue los tres primeros de la lista como los más tristemente habituales y califica de diabólicos a los cuatro restantes.
1) La religión se vuelve meramente exterior y ostentatoria;
2) La religión se vuelve profesión y oficio;
3) La religión se vuelve instrumento de ganancia, de honores, poder o dinero;
4) La religión se vuelve pasivamente dura, insensible, desencarnada;
5) La religión se vuelve hipocresía, y el ‘santo’ hipócrita empieza a despreciar y aborrecer a los que tienen religión verdadera;
6) El corazón de piedra se vuelve cruel, activamente duro; y
7) El falso creyente persigue a los verdaderos creyentes con saña ciega, con fanatismo implacable.
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