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miércoles, 8 de junio de 2011

ESCUELA DE VALORES

LA MEJOR COMPRA

«La mejor compra puede que sea aquella que no hacemos por impulso». Esto no significa que esté mal comprar por impulso sino que la persona que así lo hace, entre otras, ha de tener ‘activada’ la capacidad de intuición que le permite sopesar de manera casi instantánea las opciones presentadas y tomar así una decisión aparentemente impulsiva.

La compra se convierte en un acto de la inteligencia que implica poner en marcha la toma de decisiones. Decidir no es fácil. Y resulta más difícil aún cuando la oferta es amplia y se puede adquirir sin problemas aquello que necesitamos o deseamos. También una compra conlleva la decisión previa de desprenderse de algo que consideramos deteriorado u obsoleto.

Hoy estamos acostumbrados a desechar con prontitud. Queremos comprar la última generación de lo que sea. Los pequeños lo viven y aprenden con suma facilidad. De ahí que el simple hecho de comprar algo pueda convertirse en un proceso de enseñanza aprendizaje muy valioso.

Es fácil comprobar que ir de compras acompañado de los hijos se convierte en una escuela de valores: se establecen vínculos, se explican razones, se comparten sentimientos, se buscan opciones, se conversa de forma distendida,… Es una fuente de aprendizajes: ¿compro por comprar?, ¿compro por necesidad?, ¿compro por precio?, ¿compro para desechar?, ¿compro para regalar?

Diferenciar entre el deseo, la necesidad o la expectativa, forma parte del acto de la compra. Por ejemplo, si queremos hacer un regalo podemos comprarlo pensando en las necesidades, deseos o expectativas del otro. «¿Qué le quieres regalar a tu amiga/o? ¿Te has ocupado en conocer sus deseos? ¿Sabes lo que necesita? ¿Conoces lo que le sorprendería gratamente?»: nos podemos preguntar antes de comprar un regalo.

Llevar a los pequeños de compras, para que nos ayuden en la elección, puede ser todo un ejercicio de lectura comprensiva. El simple hecho de tener que elegir una lata de atún de una marca u otra, conlleva realizar una comparación que para un adulto puede resultar obvia, pero que no es así para los pequeños.

—¡Mamá, papá! ¿Cojo la lata más barata?

—¡Hijo/a! ¿Ya sabes cuál es?
—¡Sí! Ésta que marca ‘tantos’ euros.
—¿Te has fijado si viene en aceite de oliva?

—No. Aquí dice aceite de girasol.

—Entonces, no es a lo que estamos acostumbrados en casa, ¿verdad? ¿Quieres que cambiemos o sigues buscando?
Sea como fuere, cualquier actividad que realicemos en familia se convierte en un torrente de información necesaria para la toma de decisiones en una forma directa y práctica de educar en valores.

Si evitamos que los niños se impliquen a nuestro lado en la toma de decisiones adecuadas a su idiosincrasia, estaremos perdiendo la ocasión de ayudarles a madurar junto a los suyos, y más adelante puede que tomen decisiones en compañías poco recomendables.

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