El santo que hoy se celebra, San Francisco de Sales (1567-1622) Obispo y Doctor de la Iglesia, es patrono de los escritores y periodistas, de los sordos y de la prensa católica.
De él me gustaría recordar algunas actitudes que mostró en su época, y de las que andamos hoy algo escasos.
Me llama la atención la ‘dulzura’ que mostraba en el trato a los demás. «Si existiera una virtud más alta que la bondad, Dios nos la habría enseñado»—decía a quienes le increpaban por su trato bondadoso con los pecadores—. Es el santo de la ‘ternura’ de la ‘activa’ misericordia...hoy diríamos de la empatía.
Sabemos por experiencia que lo más sencillo es echar balones fuera. Y eso es precisamente uno de los motivos por los que solemos ponernos una venda en los sentidos: no vemos, ni oímos, ni palpamos la realidad de los demás. Aun cuando nos pensemos receptivos a los problemas ajenos en su presencia, de ser sinceros veríamos que, cuando se dan media vuelta, hablamos de ellos en tercera persona con la frialdad que ello supone.
El sufrimiento ajeno, por el motivo que sea, tiene esa connotación personal que lo hace único y, por tanto, su acogida por nuestra parte ha de estar a la recíproca.
No hace mucho, en conversación con una persona que conocía la situación de acoso moral en el trabajo, padecido por un conocido común, me inquietaron profundamente las palabras que profirió:
―¡Qué más da que se quede en el paro! El dinero no es su problema.
Desde luego, mi respuesta no se hizo esperar:
―Que yo sepa, esta persona no manifiesta estar ‘dolida’ por causa económica, aunque tenga motivos. Luego, mi respuesta de apoyo a su malestar, se ha de orientar de forma empática al sentimiento que transmite, y no a lo que desde mi subjetividad enjuicio.
Hay demasiadas palabras vanas que se ligan al dinero. El parado tiene problemas añadidos a la pérdida importantísima de su poder adquisitivo.
A la tendencia de un juicio subjetivo, vertido desde los medios de comunicación y demás comportamientos de la sociedad dirigente y no dirigente, es preciso darle ‘caña’ desde una visión como la que nos trae el recuerdo de san Francisco de Sales, que sabía ponerse en el lugar del otro, que no juzgaba a los demás les ayudaba con dulzura a encontrarse. Porque ése es el matiz esencial de la convivencia:
Encontrarnos con nuestros valores y flaquezas, y dejar de buscar tanto los puntos oscuros de los demás.
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