Hace años, escribí a un pariente una carta de aliento en un momento de enorme dificultad para él. Lo iba a ver esa tarde, y quería entregársela en mano; era mi forma de hacer que aquel encuentro visual permaneciese a su lado en mensajes de aliento escritos sobre el papel, con el sentimiento de vínculo emocional que deseaba transmitirle.
Ahora, más que nunca, deseo transmitirte mi confianza en ti, en tus posibilidades de mantener el reto por lograr una familia unida, a pesar de los muchos envites padecidos y los que estén por venir.
Quiero que recuerdes que nadie puede verse libre de miedos ni de desdichas. Y que no te olvides de que somos todos capaces del compromiso.
Me puedes preguntar: ¿de dónde sacamos las fuerzas para salir de los atolladeros?
Te digo que, tanto los temores como la capacidad de comprometernos, son signos de crecimiento personal. Y lo mejor de todo es que, si se lo propone, la persona no deja de crecer hasta el final de sus días en la Tierra.
El compromiso de mejora es la mejor arma para salir de cualquier crisis.
En todo caso, tienes magníficos ejemplos en la familia; aún en la lejanía del Cosmos… los tienes.
Te toca a ti acrecentar la herencia familiar como legado para los tuyos.
Desde las estrellas llega el eco de la ternura: cálida caricia, savia del alma humana que sin ella se atrofia en actitudes egoístas.
Cuando miras tanto el Yo olvidas al otro, y así no podemos lograr el Nosotros, por otro lado, tan necesario para proceder con bondad, sin acritud ni rencor.
Mientras el alma se agrieta con el egoísmo, y supura amargura que la colapsa cual infarto y la hunde, la ternura puede recomponerla; es el mejor parche para lograr un tictac acompasado que nos eleve y transporte a un estado de esperanza objetiva, en donde los miedos y problemas se resuelven con el compromiso, el respeto y los retos.
Sólo te pido que me recuerdes y llames cuando así lo quieras, porque yo estaré ahí para escucharte.