¿Cómo quiero vivir desde al amanecer hasta que el sueño me venza, para soñar que ¡estoy viva!?
Metida
como ando cual elefante en una cacharrería —por aquello de ser una persona de
formación técnica que bucea por la filosofía—, intentando comprender los asuntos que
trata la filosofía moral y etcétera, siento que discrepo más que asiento en la
forma en que se presentan las disyuntivas que cada pensador pueda desarrollar
en su tiempo. Y, desde luego, los medios de comunicación forman parte de este
devenir tendencioso en el que los seres humanos estamos inmersos, si no somos
capaces de discernir. Y lo somos. Sin duda, lo somos. Desde el anonimato, lo
somos.
Filósofo puede ser cualquier persona que se proponga adentrase en el conocimiento para afrontar la vida desde la comprensión del mundo que le circunda. La curiosidad forma
parte de nuestro quehacer diario. Cada uno se asoma desde sus preferencias para
comprobar lo que de nuevo nos cuentan. Y ahí está el quid. ¿Desde dónde miramos?
Podemos mirar lo que nos cuentan aquellos que son de nuestra línea de pensamiento. Así obtenemos un trozo más o menos grande de la tarta a visionar, pero no vemos la tarta.
Lo del reparto del pastel me trae recuerdos de mi paseo estudiantil por la Escuela de Bellas Artes San
Carlos de Valencia a finales de la década de los sesenta del pasado siglo. Y es
que desde cualquier ámbito podemos iniciar nuestra investigación sobre cómo miramos, cómo curioseamos lo que
llamamos realidad. Fue en esa Escuela donde comprobé una de las formas de "mirar desde la pecera":
Vivimos en una pecera y, de cuando en cuando, algunos suben a la superficie para curiosear y soñar con lo que fuera de las aguas se vislumbra; y están aquellos, los osados, que se atreven a dar el salto y salir de la pecera.
Pues, algo
de eso pasa al levantarse cada día y seguir en la pecera informativa, en la pecera del desencanto, en la pecera de las lamentaciones, en la pecera de las quejas, etc.
Tampoco
nos saca de la ignorancia quedarnos en la superficie de lo que nos cuentan “los
otros”. Pongo de ejemplo una noticia que tiene como protagonista a un filósofo que he descubierto al estudiar a otro filósofo Rawls —objeto de estudio en una de las clases de filosofía a las que asisto—, y cuya muerte llevó a realizar un comentario sobre la parcialidad de los medios.
Como alumna no puedo quedarme en la superficie de la pecera del profesor. ¡Hay tanto que no se dice y que podemos hallar si buscamos!
No nos damos cuenta de que la confrontación se fragua en las posiciones únicas y dogmáticas dadas en la pecera.
Si solo muestro aquello que considero relevante y no incito a indagar más allá de "mi mundo": me convierto en un habitante recalcitrante de la pecera. Por muy filósofo que se sea y que lo acredite un título.
Ya lo dijo Darwin: "La vida no es una confrontación. Estamos aquí,
en la Tierra —y de momento seguimos en ella—, gracias a la actitud de
cooperación de los seres humanos".
Sin embargo, la confrontación es el motivo principal en cualquier debate que se intente seguir en los medios de comunicación al uso; y digo bien, 'intentar' porque nada en claro se entresaca de quienes 'argumentan' —si ello se pude considerar argumento— desde la pecera.
Y, ¿cómo podemos salir de la pecera? Leyendo, es mi respuesta favorita.
Mi alumnado conoce algunos de los libros que comparto en las aulas, entre ellos, EL
UNIVERSO EN UNA CÁSCARA DE NUEZ.
Aquellos que lo hayan leído comprenderán
mejor lo de salir de la pecera. También los pensadores, filósofos actuales, han
de salir de su pecera.
Ese tiempo en el que te preguntaban si eras de ciencias o de letras forma parte de la vida en la pecera.
No sé bien
a quién llamar filósofo. Pero si que sé lo que me atrae de los pensadores sea
cual fuere su materia de estudio: su incesante capacidad de preguntarse. Particularmente, no ceso de preguntarme sobre ¿qué pasa con la educación?
Desde que me inicié en el estudio de la Resiliencia (1999), me llamó la atención las investigaciones llevadas a cabo por Giselle Silva Panez (Doctorada en la Facultad de
Filosofía de la Universidad de Zürich en el campo de Psicopatología de niños y
adolescentes y licenciada en psicología clínica en la Pontifica Universidad
Católica del Perú).
En el programa educativo que desarrollé "Inteligencia emocional y social en el aula" (2008, publicado por Brief), se deja notar ese espíritu de Silva, que sale de la pecera.
Y sigo sus trabajos, ahora en relación al aprendizaje en las
escuelas, por la concreción y lucidez de sus planteamientos.
¡Nada que objetar!, por mi parte.
Dejo para el final una cuestión que considero inquietante: ¿quién decide lo que es o no es "calidad de vida"?
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