Cultura y civilización, alma en intelecto de los pueblos, ¿hacia dónde les conduces?: se preguntaba mi padre (1906-1989) poco antes de la Guerra Civil, en los prolegómenos de la II Guerra Mundial, tras haber vivido la I Guerra Mundial.
Sin duda la familia es la primera escuela afectiva del menor. En mi caso así ha sido. De ahí que uno de mis primeros escritos aún por editar, un ensayo sobre la subjetividad titulado “Arcano y el Ciberhilonauta” (1998), discurra a través de las vivencias familiares que pueden incluso heredarse escritas.
De mi
padre conserva la familia escritos de sus publicaciones periodísticas. Y hoy,
ante una economía convulsa, pensando en escribir lo que quiero decir tras
escuchar y leer lo que se comenta, a mi entender, desde posicionamientos
demagógicos, he buscado en uno de sus
libros legados La decadencia de occidente SPLENGUER (1918), como punto de inicio:
El punto de vista para comprender la historia económica de las culturas superiores no debe buscarse en el terreno mismo de la economía. El pensamiento y la acción económicos son un aspecto de la vida, aspecto que recibe una falsa luz, si se le considera como una especie substantiva de la vida. Y mucho menos podrá encontrarse dicho punto de vista en el terreno de la economía mundial de hoy, que desde hace ciento cincuenta años ha tomado un vuelo fantástico, peligroso y, a la postre, casi desesperado, vuelo que es exclusivamente occidental y dinámico, en modo alguno universal humano.
Cuando se
habla de algo, lo que fuere, y se hace de forma pública, el principio de hacer
honor a la verdad da pie a la credibilidad. Hoy, ese principio, aun teniendo
todos los medios de información al alcance, parece que se olvida en aras a la
posibilidad de dar palo sin mirar a qué y, mucho menos, a quién.
Escuchaba
ayer en la radio dar una noticia de que los Eres en las cajas
intervenidas serán negociados y los empleados despedidos podrán cobrar una indemnización superior a lo que determina la nueva
Ley. Normal. Los Eres de otros colectivos,
como puedan ser el de las empresas farmacéuticas, también han sido negociados y
los empleados despedidos han sido indemnizados con una cuantía superior al
mínimo que determina la Ley. Y es que nos olvidamos de que la Ley establece el
mínimo, pero no impide que empleados y empleador pacten.
Puede que
las noticias que escuchamos se den de manera equívoca por desconocimiento, pero
parece más bien que vayamos al socaire del pensamiento de la cadena al uso.
Los
errores cometidos por los dirigentes políticos, bancarios, sindicales, etc., y
el engrose pecuniario de sus arcas tanto organizativas como personales en las últimas
tres décadas no es un problema de ellos (el otro, como siempre), es un asunto
de la “ciudadanía” (muy al estilo progresista, tal y como dijo una de sus
ministras “el dinero del Estado no es de nadie”); ahí está el quid de la
cuestión: que el dinero tiene siempre dueño, y de ello hay que rendir cuentas.
Ahora,
cuando las posibilidades informativas no tienen límite, la ciudadanía se cree
dueña de cualquier dato que le llega por cualquier onda y establece así
una línea de rumorología y “piensa” (si a eso se le puede llamar “pensar”)
que no ha de rendir cuentas a nadie.
Esta es la
sociedad que nos hemos dado entre todos. Nos guste o no, todos somos
responsables por acción u omisión de lo que nos está pasando.
Aquellos que estábamos
hace quince años dando clase a jóvenes adolescentes, escuchábamos a los colegas
maestros de primaria decirnos “ya os llegará lo que tenemos hoy en las aulas”;
y nosotros, los de secundaria (algunos de los que hemos escrito en los medios
de comunicación en la última década), hemos advertido que eso que llamamos
educación no funcionaba en las escuelas. Y una de las premisas por las que la
cosa no pintaba bien era, sin duda, porque los equipos directivos
centraron su punto de mira en no perder alumnos (los concertados), de ahí que el
alumno tenga siempre razón; y en los públicos por no tener tiempo (pagado) para
realizar tutorías, y porque de la educación se encargan los padres y, en todo
caso, los servicios de psicopedagogía del centro.
La cruda realidad
es que recogemos lo sembrado; y si sembramos apatía, si nuestras
reivindicaciones se han ajustado al asunto crematístico, si lo único por lo que
nos movilizamos es por lo nuestro (disfrazándolo, eso sí, de solidario), y, lo
que es peor aún, si hablamos del pasado en presente es que seguimos en la misma
ruta de ayer.
Mirar y
ver, pensar y hacer. Si lo que veo no me gusta he de pensar qué hacer para
avanzar. Los discursos, los artículos periodísticos, las manifestaciones, etc.,
que mantienen tintes demagógicos no se apuntan a esa línea crítica: MIRAR Y VER, PENSAR Y HACER.
Ponerse en
el lugar del otro requiere de un distanciamiento emocional que poco se
practica. El manido asunto de la inteligencia emocional y social se confunde
con el posicionamiento emotivo-cultural; quizá porque resulta fácil así
conectar con un público dado a noticias truculentas (en otros tiempos, la
publicación española “El caso” buscaba llegar a emociones y sentimientos
primarios) como también el fútbol (abiertamente criticado por mantener ocupada
a la masa en el anterior régimen) vemos que sigue hoy en la misma trayectoria
de mantener las mentes ocupadas en otra cosa que no sea “pensar”. ¿LA VIDA
SIGUE IGUAL?
La decadencia de occidente, como proceso orgánico, plantea el problema de la sucesión. El vigor de los pueblos llamados bárbaros, alumbró el alma de la cultura europea que hoy está en plena y vertiginosa decadencia. ¿Cuáles son los pueblos y las razas que van a recoger los restos de esta civilización para dar vida a nuevas culturas?
Así
concluye el artículo sobre la decadencia de occidente, realizado un 12 de
octubre de 1932 por Agustín, mi padre, un pensador que transmitió en vida
energía y optimismo desde un análisis profundo de su tiempo. Puedo decir que,
murió a los 83 años haciendo uso de los ordenadores que en aquellos momentos
manejaban sus nietos mayores.
Se puede
consultar el libro LA
DECADENCIA DE OCCIDENTE