Lazos de Alma

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domingo, 19 de febrero de 2012

LAS ALMAS QUE HABITAN EL CIELO

Es duro que un ser querido pase a formar parte de los habitantes del cielo. No estamos preparados para sobrevivir a las personas que forman parte de nuestra vida familiar. En esos momentos de pérdida, lo que se diga sobre el duelo se antojan palabrerías pensadas para que se deje de pensar. Y pensar, lo que se dice pensar, ni se quiere, ni se sabe en qué, ni cómo sosegar ese decaimiento del pensamiento que se siente enrarecido, contaminado por un dolor que hace plantearse la duda existencial: la vida eterna, ¿existe? Y de existir, ¿también las almas tienen en el cielo libre albedrío, como Lucifer en el Paraíso?

¿Cómo se puede sobrevivir al desconsuelo de una pérdida? Psiquiatras y psicólogos ayudan de forma organizada desde las instituciones públicas en las tragedias sobrevenidas de catástrofes naturales, y en accidentes y actos terroristas. Pero el duelo personal, el más común entre los mortales, se sobrelleva en el anonimato. Y aunque sepamos que en soledad va a ser complicado salir adelante, nos aferramos a cuestiones que nos tranquilicen, o bien nos pasamos al lado inquieto de la duda.

El libre albedrío del hombre, de las almas: cómo responder a una duda que se responde desde la fe, y ahora también desde la neurología. ¿Es acaso la dualidad la compañera de viaje en la existencia? ¿Cómo se equilibra las fuerzas? Se dice que, si ponemos en un lado de la balanza nuestros pensamientos emocionales, y del otro lado sumamos los pensamientos que nos llegan de los vínculos afectivos, el fiel de la balanza se equilibra en tiempo record. Esto viene a decir que, vale de poco el intelecto sin el afecto. Y los afectos no conocen tiempo ni lugar. Las almas siguen entre nosotros dándonos afecto, ése que suma en nuestra balanza. No hay explicación para una pérdida. Hay una ocasión para que no se pierda el valor del ser querido que se ha ido. No va a volver, pero ha dejado una huella que podemos pisar para mejorar.

La vida es un proceso de mejora impulsada por aquellos que seguimos en su ruta de bondad y cooperación. Y esas personas habitan el cielo sin ocuparse del libre albedrío que, por otro lado, de poco vale si tu huella no la sigue nadie.

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