La familia sigue siendo fuente de inspiración que me motiva a seguir activa, aprendiendo.
En esta ocasión, quiero compartir una de esas historias que muchas personas conocen en primera persona y a ellas, a quienes conocen la adversidad y son capaces de sacar lo mejor de sí mismas, doy las gracias por el reto que supone seguir su ejemplo.
Somos dados a ver la paja en el ojo ajeno y obviamos la viga en el nuestro. De tal forma vemos lo que queremos que sea algo en concreto; aunque eso mismo nos lleve a mostrar luego la incongruencia entre lo que decimos y lo que hacemos.
El materialismo tiene su lugar: ahí donde la incongruencia se hace patente.
El materialismo no conoce ideología, ni culturas, ni religión de ahí que se halle presente en cualquier tiempo, territorio o sociedad.
Pagamos por una habitación de hotel, un coche, la entrada al teatro, etc., lo que de distintivo signifique para nosotros. También en la cesta de la compra nos inclinamos por productos que identifican nuestra forma de vida. Todo ello va conformando nuestra identidad materialista.
Que nadie piense que con el materialismo señalo únicamente a quienes se decanten por los productos de precio a descremar. Me refiero también a quienes adquieren mercancía de dudosa procedencia, por ejemplo, robada.
Las conductas en la compra identifican la dependencia que mantenemos con el materialismo. Es cierto que lo hacemos sin darnos cuenta, sin reflexionar; pero bien que sabemos señalar a otros por sus conductas sin antes soltar el lastre del propio materialismo.
¿Te dejas llevar?, o ¿intentas aprender para comprender?
Uno regresa de visitar a los parientes y tiene la sensación de que, con el paso del tiempo, la complicidad del encuentro las risas y los abrazos hacen vibrar a quienes están experimentando en primera persona un trayecto que parece una historia interminable.
Por complicado que resulte explicar lo que a otros les pasa por su mente cuando tienen motivos para que la tristeza empañe sus días, casi siempre, son ellos quienes te dan lecciones con su alegría al abrazarte y las risas al recordar aquellos momentos que se pueden revivir juntos.
Entre sonrisas y lágrimas, en esa frágil línea que separa la existencia y la eternidad, enlazo "Un litro de lágrimas" y "Es cuestión de actitud".
No somos nada, y nos creemos algo. Sobre todo, nos sentimos capaces de sentenciar sobre alguien sin que esté presente.
¿Qué hacemos para que esos pensamientos obscenos desde el punto de vista moral no irrumpan en palabras día tras día?
¿A qué gimnasio acudimos para mantener el equilibrio necesario para un pensamiento libre y respetuoso?
¿Cómo atendemos a nuestra apariencia de forma que guarde relación con nuestros pensamientos y actos?
Las horas que pasamos junto a los demás son uno de los momentos relevantes en la vida de cada uno. Quizá no pensamos demasiado en ello porque lo consideramos interiorizado como una habilidad más que brota automáticamente. Sin embargo la realidad nos lleva al terreno de la hipocresía.
El papa Francisco hace un llamamiento a la curia: que mantengan abiertas las iglesias y que en los confesionarios brille la luz que nos indica que ahí está el sacerdote para cumplir con el mandato de Cristo, de perdonar los pecados a quienes se arrepienten con propósito de enmienda.
Mucho se escucha contar del papa: a unos les parece populista, otros lo ven mayor y no comprenden el porqué de su elección terrenal. Algunos pensamos que es lo que la Iglesia venía necesitando desde la elección de Juan Pablo I, que falleció sin llevar adelante la tarea encomendada a la Iglesia en aquellos momentos.
Sea como fuere, el papa Francisco llega en unos momentos complicados y algunos pensamos que ¡por algo será!