Desde el pequeño que inicia su primer año de guardería, hasta el joven que comienza el último curso previo a su aterrizaje en la universidad: toda la familia está en jaque metidos en los asuntos emocionales que conlleva la educación.
Y en medio del ajetreo emocional un hipotético hijo adolescente, que acaba de aterrizar de un fin de semana de estudio en grupo, irrumpe en la sala de estar para dar su gran noticia:
Y en medio del ajetreo emocional un hipotético hijo adolescente, que acaba de aterrizar de un fin de semana de estudio en grupo, irrumpe en la sala de estar para dar su gran noticia:
-Ya sé lo que quiero ser: ¡mejor persona!
Con ojos desorbitados los padres se preguntan:
-¿En qué universidad se imparte esa enseñanza?
A estos padres se les puede argumentar que su hijo ha dado en el clavo del presente profesional. Eso sí: cuándo, cómo y dónde hacer posible ese proyecto, es un reto familiar y social desde siempre.
Hoy sabemos que la inteligencia emocional-social guarda relación con un desarrollo profesional positivo; de ahí que esté cobrando relevancia en el ámbito empresarial donde se realizan entrevistas por competencias también emocionales, cursos de habilidades directivas de estrategias y técnicas para el desarrollo profesional y personal, entre otros.
Si hacemos un breve recorrido en la historia de esta forma de ser inteligente (emocional-social), nos encontramos con que ya en los años veinte del siglo pasado era objeto de investigación. Ahora, los últimos descubrimientos de la neurociencia nos confirman que nuestro sistema neuronal está preparado para conectar con los demás; es una cuestión de aprendizaje personal hacerlo cada vez mejor.
Respondiendo a la pregunta que he puesto en boca de los padres, sinceramente, esto de aprender a ser mejor persona se inicia en los primeros años de vida de los pequeños. Cómo hacerlo, es otra de las cuestiones que preocupan a las familias.
Desde aquí propongo un juego de atención que desarrollo en el libro “La conversación en la escuela: claves para padres y tutores” (2006) Ed. Brief. y que recoge una lista de capacidades y actitudes que, a modo de fotogramas, sirven para concretar las características de conducta del hijo(a), no como buena o mala sino como aspectos de su personalidad que ayuden a comprender cómo puede mejorar.
Dejo dos ejemplos que propongo en el libro:
Fotograma de la estabilidad emocional
1. Cuando juega le gusta terminar lo que empieza.
2. Los otros niños le siguen en sus trastadas.
3. Cuando juega con niños de su edad acaba peleándose.
Fotograma de las habilidades de comunicación
1. En casa consigue todo con berrinches.
2. Cuando se enfada lo tira todo y se aisla.
3. Cuando ha de recibir un premio no atosiga ni incordia hasta conseguirlo.
La idea es que los padres coloquen -por ejemplo, sobre un corcho- cada fotograma propuesto y asignen un símbolo -cara sonriente o de enfado- de forma que el pequeño pueda intervenir en este juego de atención familiar. Así podrá pedir a sus padres que añadan o quiten la señal del fotograma, según corresponda a la conducta que se esté trabajando. Se premia la actitud que muestre el pequeño. Él de por sí es valioso siempre.
En el libro vienen también ejemplos del juego para trabajar conductas del hijo(a) adolescente.
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